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Y tú qué sabes del amor


Chica joven sentada en el porche de una casa en la montaña

No sé a qué juegas, tampoco debería importarme. Pero a veces me sacas de quicio, aunque ya cerré esa puerta.
 Si tu mundo se ha vuelto gris debe ser porque expulsaste al arcoíris de tu vida. Te columpiaste, como siempre, en tu vanidad para saltar a pies juntillas sobre tu egocentrismo. Y ahí sigues dando lecciones de si el amor es esto y el desamor es aquello, como si supieras a ciencia cierta qué es eso del amor. La palabra amor te viene tan grande como los jerséis que te pones para estar en tu casa. Deja de hacerte la víctima y reconoce que fuiste tú quien lo asesinó a sangre fría. No tienes coartadas, lo sabes. Estabas allí cuando lo mataste.

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Ya no me dueles como antes

Ya no me dueles como antes. Ya no siento esa ansia por vadear los caminos de la incertidumbre. No siento el febril impulso de asomarme al abismo de la tristeza y dejarme caer, y caer. De flirtear con la guadaña de la parca, para abandonarme en sus brazos. En algún momento, nunca supe por qué un ángel se apiadó de mí y en mi caída libre me señaló una puerta. Mi curiosidad ganó la partida, y  entonces abrí aquella puerta, y una luz de cordura me arrancó de los brazos del mundo de  las sombras. Aún me sigues doliendo, tengo que admitirlo; pero no como antes. Mi corazón ya está encallecido y las heridas ya no me duelen. Me duele la ceguera que padecí, me duele aquella estúpida devoción hacia un cuerpo sin alma y sin remordimiento. Me duele mi ingenuidad, la lealtad sin condiciones que te profesé y que jamás me devolviste. Me duelen las horas que pasé esperando una simple muestra de cariño,  y me duelen tus migajas; pero más me duele haber confiado mi c