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El traje del rey

Imagen en acuarela de un viejo telar en el interior de una casa de madera


A veces la astucia y la picaresca conspiran para darle una lección de humildad a una vanidad altanera haciéndola añicos como cristal. Y eso fue precisamente lo que le sucedió a un vanidoso rey de un lejano país.
Dos pícaros con cátedra en estafas y engaños decidieron hacer el no va más: engañar al rey para sorna de sus súbditos con una trama de suma cum laude, excelente a decir verdad.
La descabellada promesa de un traje cuya visión es signo de inteligencia nubló la ofuscada mente de aquel vanidoso rey.  Aquellos dos pícaros hacían uso de dinero y hacienda, el telar tejía en la penumbra telarañas en soledad. El subconsciente que a veces es el más consciente dio el aviso, el rey envió a dos hombres de confianza para despejar esa duda que le corroía y que tanto le costaba admitir.
La autoridad hizo acto de presencia en el escenario de aquel viejo telar. Los dos pícaros daban puntadas al aire cosiendo la estupidez de toda la corte, hilvanando también la forma de escapar. Aquellos dos pares de ojos a pesar de ver el engaño fueron incapaces de admitir la verdad, y por el miedo a ser señalados comulgaron con ruedas de molino. La tozudez de admitir que lo blanco es negro a fuerza de no ser tachados de estupidez hizo que ésta se diluyera entre el pueblo y la corte. Y todos hablaban de las excelencias de los costureros que ya habían puesto sus pies en polvorosa antes de que la evidencia fuera descubierta y ser apresados por estafa real.
Llegó el gran día, aquel pavo real sin plumas y sin alas desfilaba ante su pueblo como su madre, la reina, le trajo al mundo. Todos admiraban a su majestad; todos menos la inocencia de un niño que asombrado por lo ridículo de su soberano a bien tuvo revelar la verdad. El rey está desnudo, dijo en voz alta. Y la verdad y la vergüenza se dieron la mano, ahora todo el mundo murmuraba sin piedad. Pero su egregia majestad decidió proseguir el desfile con la cabeza alta, vergüenzas al aire y mucha solemnidad.
 Y así, estafado y humillado, iba cayendo a pedazos  por todo el camino esa estúpida y regia vanidad.

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