En la mesa,
el té caliente.
Espero.
En la servilleta
una frase.
La vanidad
es directamente proporcional
a la estupidez humana.
Pensativa, miro
tras el cristal,
fuera cae suavemente la lluvia.
En aquella mesa
una pareja
haciendo poses
frente a una cámara.
Solo se besan
cuando alguien les observa.
Miro la servilleta,
leo otra vez la frase.
Fuera sigue lloviendo.
En la mesa de enfrente
un ejecutivo aburrido
se recompone el nudo
de su aburrida corbata.
Mira a su alrededor
y guiña el ojo
como pavo en pleno cortejo
buscando si alguna pava lo acepta.
Y en mi mente aquella frase,
de nuevo observo la servilleta
y allí sigue escrita.
Tan clara, tan amenazante,
tan verdaderamente cierta.
Al fondo una chica
con el móvil en la mano
inmortaliza el momento,
apartando el tedio
de esta grisácea tarde.
Fuera la lluvia cae
sobre el cristal.
En la barra la prepotencia
toma cuatro asientos
con la percha engominada
y la vanidad a punto y almidonada.
Discuten sobre propiedades,
motores y cruceros,
y a la hora de aflojar la cuenta,
el más estúpido acaba pagando
mientras el resto escurre el bulto
y la cartera.
En la calle sigue lloviendo
y en la mesa de aquel café
está aquella servilleta
con aquella frase
tan evidente y certera.
Pago mi cuenta.
Me llevo la servilleta.
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