Solitario
como alma errante
en mitad de la noche,
ve derramar las horas,
los días y la vida,
en aquel viejo reloj de arena.
Bordeando apenas la locura,
baila descalzo
abrazado a su depresión.
La tristeza es la eterna compañera de baile
de aquel joven de cuerpo ingrávido,
espectador a tiempo completo
y eterno soñador.
En su último acto
ya no queda nadie,
solo cuatro sillas vacías,
las paredes llenas de recuerdos
y unos rayos de sol deslucidos
que atraviesan las rendijas de aquel polvoriento salón.
Las estrellas ya no brillan
en sus noches,
se apagaron cuando ella se marchó
dejando tras de sí
la lluvia en sus ojos,
y una tormenta de desesperación.
¡Danza, danza maldito!
danza entre las flores raras
de tu negra amargura,
estrecha la cintura de tu pena
por un amor desairado.
Danza porque te olvidaste
de vivir tu vida,
viviendo del pasado
y te rendiste sin condición.
¿Para qué quieres vivir infeliz?
se pregunta en voz alta
mientras mesa sus cabellos
ahogando sus lágrimas
en un sucio pañuelo.
Sucio y roto,
desaliñado y vencido
él sigue bailando
con su imaginaria compañera
como si no hubiera mañana,
como si el mañana no existiera.
Tras su actuación
saluda al público imaginario
y sonríe entre dientes
este triste loco,
este loco solitario
que en su salón yace
vencido y roto.
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