El que pisa pasa el peso del poso que puso el paso. Y quien no pasa, no pesa ni pisa, pero tampoco posa.
E rase que se era, pero al final no fue. Una eterna pregunta se la hace un día y al otro también. ¿Por qué elegiría al gato y no al ratón? Aquél maldito día la sedujo con su ronroneo prometiéndola noches de loca pasión. Ella-pobre incauta- encendida en ardiente deseo decidió liarse el lazo rojo a la cabeza y dar el sí quiero, para luego arrepentirse después. Ella que presumía de belleza, ahora se bebe las calles vendiendo su cuerpo por cuatro monedas que derrocha aquel gato traidor. Desde entonces, cada noche, tras maldecir su mala hora, inyecta a su pequeño cuerpo grandes dosis de alcohol para olvidar un momento esa mierda que impregna su vida y amortigüe la pena que la destroza en pedazos sin compasión. En la farola de la esquina, su dignidad se cambia de acera cada vez que la ve, ella herida en su orgullo se maldice a ratos, y luego vuelve a beber. ¿Para qué querías marido maldita rata? se maldice