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Pisando

El que pisa pasa el peso del poso que puso el paso. Y quien no pasa, no pesa  ni pisa, pero tampoco posa.
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50 sombras de Caperucita

No te engañes, Caperucita no era esa niña inocente de rubias trenzas y calcetines de algodón. Era una joven con poses de “lolita” capaz de hacer aullar a la luna y encender al lobo al anochecer. Aquella tierna joven aprovecha las ausencias de su abuela para desatar sus húmedas fantasías en la cabaña del bosque. Y aquel lobo preso de la lujuria se la come una noche, y a la noche siguiente también. Cómplices y amantes juegan entre exclamaciones y verbos, cuyas claves se desnudan entre los pliegues de las sábanas y el colchón. Abuelita, abuelita ¡qué boca más grande tienes! Acercándose a escasos milímetros de sus labios. Es para comerte mejor. Abuelita, abuelita...¡Abuelita, esto no es lo que parece! O sí, pero no. Y he ahí que aparece la abuela sorprendiéndolos a los dos. Pero mayor sorpresa se llevan la joven y su amante lobo cuando tras la abuela aparece en tanga el guardabosques y también el leñador. Abuelita

Descontando cuentos. La ratita presumida

  E rase que se era, pero al final no fue.    Una eterna pregunta se la hace un día y al otro también. ¿Por qué elegiría al gato y no al ratón?   Aquél maldito día la sedujo con su ronroneo prometiéndola noches de loca pasión. Ella-pobre incauta- encendida en ardiente deseo decidió liarse el lazo rojo a la cabeza y dar el sí quiero, para luego arrepentirse después.   Ella que presumía de belleza, ahora se bebe las calles vendiendo su cuerpo por cuatro monedas que derrocha aquel gato traidor.   Desde entonces, cada noche, tras maldecir su mala hora, inyecta a su pequeño cuerpo grandes dosis de alcohol para olvidar un momento esa mierda que impregna su vida y amortigüe la pena que la destroza en pedazos sin compasión. En la farola de la esquina, su dignidad se cambia de acera cada vez que la ve, ella herida en su orgullo se maldice a ratos, y luego vuelve a beber.  ¿Para qué querías marido maldita rata? se maldice

Qué sabes tú

Qué sabes tú de mis demonios,  de mis noches de insomnio,  de mis fantasmas solitarios, de mis ruegos incendiarios. Qué sabes tú de mis inviernos, de este frío eterno, de mi alma desgarrada, de esta mirada callada. Qué sabes tú de mis esperanzas, de mis alas quebradas buscando ilusiones mundanas que nacieron apagadas. Qué sabes tú de mis sueños,  de mi inútil empeño en atrapar la luna tras el cristal. Qué sabes tú de mi vida, de mis secretos a voces, de mis ganas,  qué sabes tú...de nada. ©Derechos registrados  Código de registro:  1709073471166

Todo sobre Hansel y Gretel

Añadir leyenda   Cuando los celos obsesivos y enfermizos gobiernan sobre un amor devoto y ciego, no hay orden que equilibre al caos que se avecina. Y es aún peor cuando esos celos clavan sus garr as sobre dos almas puras e inocentes.       Pasó lo que nunca debió de pasar. Que aquella madrastra, cuyas entrañas no gozaban del fuego de la maternidad decidió cargarse de argumentos para deshacerse de esos niños que ella nunca parió. No soportaba sus risas, sus llantos, ni sus juegos y mucho menos que le disputaran el amor de su marido, un leñador apocado y sin carácter.      El machaconeo incesante sobre la falta de recursos para alimentarlos decidió resolverlo con la idea delirante del abandono. Y aunque la sangre le llamaba a proteger a su sangre, aquella mujer que no era suya, más bien él le pertenecía a ella en cuerpo y alma, ya había dictado sentencia e impuesto la pena sin juicio, ni defensa.       Decidieron en la noche planear el modo y la forma, pero las almas

Resurgiendo de la oscuridad.

Las palabras fueron resbalando una a una como gotas de lluvia sobre la desnudez de mi espalda entre aquellas heridas que lamieron mi pasado. Fueron arrasando todas aquellas vidas que malgasté. Y en medio de la oscuridad de la última vida que me quedaba  surgió aquella extraña luz. Avancé con la curiosidad de un condenado en espera de clemencia, y allí estabas tú como un ángel, aunque no te hacen falta las alas, no las necesitas. Rareza, luz, y dolor había en tus palabras. Pero cuanto más te escuchaba, más me seducía tu genial excentricidad. La oscuridad se disipó en la espesura de un bosque en el que nunca estuve. Dancé feliz con la lluvia liberándome de ese estúpido corsé que limitaba mi esencia, y me encadenaba a la vulgaridad. Y aquellas viejas palabras se embarraron en cenizas renaciendo otras que ocuparon su lugar. Enigmáticas, y directas impregnadas de tu atípica belleza, tan sublimes como tu verdad.  Registrado en Safe Cre

Llueve (Videopoema)

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