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Aquel soldadito de plomo


No era un  juguete roto; aunque a veces se sintiera así. Había perdido la pierna una noche tormentosa de otoño en la que la suerte decidió soltar su mano. Les llamaban los soldaditos de plomo por aquel uniforme de gala y su número de hombres cañón.
Cambiaron de circo, pero la suerte que les abandonó aquel día andaba ejerciendo de buscona en alguna esquina. A pesar de eso el amor que no tiene día ni hora llamó a su vida. Una bailarina con acento francés clavó su melancólica mirada en el más joven de los soldados, porque el amor cuando es de verdad no tiene barreras; salvo los celos desmesurados de un payaso celoso.

Aquel amor iba aumentando al ritmo del odio del desdichado payaso que no soportaba la humillación de ser rechazado. Día tras día repetía <<Algún día serás mía y de nadie más>>. Pero el día se iba alejando a cada beso y a cada abrazo, no así el odio y los fantasmas de los celos que le susurraban en su mente <<No será tuya si no haces algo>>. Y lo hizo. Era una noche tan negra como sus intenciones, el enamorado soldadito que andaba ebrio de tanto amor no supo leer en los ojos de aquel maldito payaso que con amable hipocresía le invitó a entrar en calor dándole a beber litros de venganza. Cuando lo hubo embriagado hasta la plena inconsciencia abandonó a aquel torpe discípulo de Baco a la soledad de la noche, ya se encargaría el destino de su suerte, o una alimaña, o dos.
No hubo alimaña, solo la luz del sol y las malas artes de un payaso rencoroso y borracho cuyos nudos con poco esfuerzo desató. Y recorrió una ciudad tras otra en busca de su amada, pero no la halló.

¡Auxilio que alguien salve a mi hijo por Dios! Aquel niño se ahogaba y el soldadito se lanzó al agua, solo le faltaba la pierna pero no el coraje y el valor. Al sacarlo del agua y entregarlo a su padre la alegría saltó dentro de su cuerpo,  era el hijo del cocinero del circo, quizás estaría ella en aquel pueblo o quizás no.  Y sí, allí estaban todos alegres de su regreso; bueno… todos menos uno que entre dientes maldecía <<mala puñalá te den desgraciado que ella no será tuya eso te lo juro yo>>.


Era la función de la noche, la luna se había escondido y lloraba en un rincón. El cañón de los soldaditos rugía furioso, saltaron chispas y fuego desatando el terror. La gente chillaba y corría de uno a otro lado y aquel soldadito pedía ayuda por compasión. De entre el humo  surgió una silueta de mujer que se acercó tomándolo entre sus brazos y lo levantó. Algunos dijeron que los habían visto bailar abrazados entre las llamas, otros dijeron que huyeron juntos los dos. El payaso se volvió loco y a carcajadas gritaba: ¡no los busquéis están muertos, yo fui quién los asesinó! Lo cierto es que sus cuerpos no fueron encontrados y la leyenda así se quedó. 

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Imagen: Pixabay.com

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