
¿Quién dijo que la delicadeza
era señal inequívoca de realeza? ¿A quién se le ocurrió la idea del guisante
entre colchones para buscar princesa?
Te equivocas, no fue la reina. La reina estaba hasta el moño de ese hijo crápula
y mujeriego que se pasaba los días de fiesta. Decidió que era hora que sentara
la cabeza y pensó que lo mejor era casarlo, pero no contaba que para librarse
él ingeniaría la prueba. Un mísero guisante entre veinte colchones había de ser
suficiente para que incomodase a una verdadera princesa. Y por librarse de
aquel hijo vago la reina aceptó la oferta.
Pasaron todas las princesas
caza maridos por aquella estúpida prueba, más ninguna prosperó. La reina
maldijo sus malas cartas, pero como a veces la vida te da una buena mano, la
oportunidad le brindó a una joven misteriosa que naufragó en las costas de
aquel palacio. Tenía carácter y eso le gustó a la reina. Tras unas cuantas
palabras y algún soborno, aceptó el reto.
Llegó la hora del reto, y también
el golfo de su hijo. Aceptó divertido confiado de su buena estrella. Esta vez
la reina tenía repóquer, escondía un grillo bajo el colchón. Guisante contra
grillo. Si la princesa le fallaba ya tenía el grillo cantor.
Transcurrió la noche con serenata nocturna a
la luz de la luna. La reina dormía a pierna suelta feliz de su inmensa fortuna.
Mientras la joven se debatía en fanática lucha lanzando colchones al suelo
buscando a ese chirriante trovador; el príncipe yacía etílico en su alcoba ignorante
de su destino.
Amaneció un sol espléndido;
tanto como la cara de felicidad de la
reina. Frente a ella dos ojerosos que a buen seguro pronto serían marido y
mujer, y la dejarían tranquila en su palacio disfrutando de su vejez. ¡Ah,
cuánta felicidad! Pensaba la reina.
Cuando el resacoso príncipe
miró las ojeras de aquella joven se le pasó la resaca de golpe. Era consciente
de que había perdido. Lo evidenciaba la risa de felicidad bobalicona de su
majestad. Y con la soga al cuello se vio ante el altar contrayendo nupcias con
un guisante con patas y un extraño cantar. Y he aquí la verdadera historia del
guisante entre colchones que una noche se puso a cantar.
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