Ir al contenido principal

Siete hombres para Blancanieves


Otra vez hablando sola con el espejo. Desde la puerta la curiosidad espía sus movimientos, hastiada de verla frente a frente a su locura siempre con misma pregunta. Espejito, espejito ¿quién es la mujer más hermosa del reino?

La esquizofrenia trepa como una negra sombra por los muros de su delirio para hacerla presa de ese extraño fanatismo casi religioso y ella misma se responde: es tu hijastra, Blancanieves.
Como la lluvia que precede a la tormenta, la ira estalla en mil pedazos. Y en su cerebro una idea obsesiva. La llevaré al bosque y allí la mataré. Pero no, yo sola no puedo. Tengo que encontrar un medio ¿qué podré hacer?

La eterna ausencia del padre solo sirve para agravar tantos celos desatados. Ignorante, Blancanieves, baila feliz escuchando música como cualquier adolescente de su edad. Su desquiciada madrastra contrata un asesino que haga el trabajo sucio. Ella se lava sus manos, pero no la conciencia, que se debate entre la esquizofrenia que cabalga desbocada contra los resquicios de una tímida lucidez.

En el bosque, el peaje a la piedad se paga en la entrepierna de aquel mercenario. Y aunque conserva la vida, parece una muñeca rota que camina sin rumbo y también sin honra.
Después del diluvio, sale el arcoíris; una casita en el monte, una esperanza quizás. Tras dudarlo, su corazón impulsivo la empuja hasta la puerta de madera de roble de aquella casita de piedra. No parece haber nadie, solo el desorden elevado al infinito. Y como tiene hambre de una semana, vacía la pequeña despensa hasta saciarse.

A pesar del desorden y el polvo, decide descansar a pierna suelta. Tras unas horas sus ojos se abren, siete pares de ojos la están mirando. Sorprendidos quizás de tanta belleza, o tal vez simple curiosidad.
Ella rompe a llorar sus penas y aquellos siete pequeños corazones acongojados la prometen protección y lealtad.

Entre los muros de aquel palacio gris y endemoniado, la esquizofrenia sigue planeando como una sombra negra sobre aquella mujer gris y resentida. Pero hay días en que la estrella decide variar de signo, y a los oídos de esa bruja, un leñador enardecido habla maravillas de una bella joven montañesa que vive con unos enanos. La ira truena a sus anchas y la tormenta de la locura descarga sin parar. Aquel espejo idolatrado llora astillas desangrándose en el suelo de aquella habitación.
Aquella loca ambiciona otro plan malvado: va de uno a otro lado buscando un veneno, una pócima o algún brebaje que la alivien definitivamente de aquel molesto equipaje. Inyecta su venganza en deliciosas manzanas para consumar su plan diabólico, o eso cree. Disfrazada de inocente anciana pone rumbo al bosque, va riendo sin parar.

Y tras una mueca de desagrado, se coloca una sonrisa forzada y en la cesta las manzanas impregnadas en una sustancia extraña, que ni ella misma sabe de su efectividad.
Inocente, Blancanieves, cae en la trampa. Morfeo la toma de la mano para bailar sobre la hierba.
La fatalidad que siempre es visita inoportuna hace que siete cuerpecillos acompañen a Blancanieves en ese plácido baile.

Un viajero arrogante y remilgado con aires de superioridad viendo tanto cuerpo durmiendo sobre la hierba se echa las manos a la cabeza. ¡Dios mío, cuánto vago siete mozarrones durmiendo en un prado! Al ver a Blancanieves sus ojos huyen de sus órbitas para recorrer las curvas de su cuerpo. Ella abre los ojos y ve un petimetre atolondrado que le pide matrimonio. A su alrededor siete buenos mozos bien armados y musculosos la besan con alegría. Y examinando la cuestión, se pregunta ¿por qué conformarme con uno cuando puedo tener siete? Ale majo, vete a casa que contigo no me caso.

La noticia llega en forma de viajero hasta aquel sombrío palacio, dónde una loca llora y grita, mientras se la llevan unos hombres vestidos de blanco. ¿Quién es la más bonita? ¡Contesta! ¿Quién es la más bonita? repite sin parar. Pero nadie responde.

Registrado en Safe Creative Código: 1506144330144
Licencia: Creative Commons Attribution Non-commercial No Derivatives 3.0

Comentarios

Entradas populares de este blog

Todo sobre Hansel y Gretel

Añadir leyenda   Cuando los celos obsesivos y enfermizos gobiernan sobre un amor devoto y ciego, no hay orden que equilibre al caos que se avecina. Y es aún peor cuando esos celos clavan sus garr as sobre dos almas puras e inocentes.       Pasó lo que nunca debió de pasar. Que aquella madrastra, cuyas entrañas no gozaban del fuego de la maternidad decidió cargarse de argumentos para deshacerse de esos niños que ella nunca parió. No soportaba sus risas, sus llantos, ni sus juegos y mucho menos que le disputaran el amor de su marido, un leñador apocado y sin carácter.      El machaconeo incesante sobre la falta de recursos para alimentarlos decidió resolverlo con la idea delirante del abandono. Y aunque la sangre le llamaba a proteger a su sangre, aquella mujer que no era suya, más bien él le pertenecía a ella en cuerpo y alma, ya había dictado sentencia e impuesto la pena sin juicio, ni defensa.       Decidieron en la noche planear el modo y la forma, pero las almas

Ya no me dueles como antes

Ya no me dueles como antes. Ya no siento esa ansia por vadear los caminos de la incertidumbre. No siento el febril impulso de asomarme al abismo de la tristeza y dejarme caer, y caer. De flirtear con la guadaña de la parca, para abandonarme en sus brazos. En algún momento, nunca supe por qué un ángel se apiadó de mí y en mi caída libre me señaló una puerta. Mi curiosidad ganó la partida, y  entonces abrí aquella puerta, y una luz de cordura me arrancó de los brazos del mundo de  las sombras. Aún me sigues doliendo, tengo que admitirlo; pero no como antes. Mi corazón ya está encallecido y las heridas ya no me duelen. Me duele la ceguera que padecí, me duele aquella estúpida devoción hacia un cuerpo sin alma y sin remordimiento. Me duele mi ingenuidad, la lealtad sin condiciones que te profesé y que jamás me devolviste. Me duelen las horas que pasé esperando una simple muestra de cariño,  y me duelen tus migajas; pero más me duele haber confiado mi c

El amor ni se compra, ni se vende