Ir al contenido principal

Cenicienta se libera


Cenicienta con su vestido azul huyendo al anochecer

Ella se fue. Se fue porque estaba harta.
Harta de aquella madrastra que le había usurpado el amor de su padre, su casa y su felicidad.
Harta de unas hermanas postizas. Dos niñatas envidiosas, malcriadas y con aires de “it girls”, que se pasaban todo el día haciéndose selfies poniendo morritos y subiéndolos a instagram.
Harta de estar todo el día hecha una esclava, explotada y maltratada. De aquella familia adquirida jamás obtuvo a cambio ni una sonrisa, ni una caricia, ni nada de nada.
Amparada por la complicidad de la noche escapaba para hallar refugio en los brazos de su amado. Metro setenta de formas de besar sus lágrimas aliviando las cicatrices infligidas por las humillaciones de su madrastra.
Solos en la intimidad de aquel cuarto, entrelazaban la felicidad entre los huecos de sus manos, esculpiendo versos con sus caricias y sus besos, jurando vengarse algún día de aquellas que envenenaban su felicidad.
Y ese día llegó, como llega puntualmente exacta cada mañana. El anuncio de una fiesta en honor del príncipe aburrido y solterón invitando a todas las mujeres casaderas era la excusa perfecta para que tragaran de su propio veneno.
Una sonrisa malévola dibujada en su cara y las ganas a punto de ser incendiadas. Tras el primer reproche negándole acudir a la fiesta sucede el estallido ¡Hasta el coño ya de tanto limpiar, que limpien mis hermanastras y la bruja de mi madrastra!
 Y llegó el baile de aquel príncipe trasnochado, tuerto, además de hortera. Acudieron todas, no faltó ninguna. Pero de todas, solo una, solo a ella el deseo y la envidia se la echaban a suertes para poseerla, pero el amor que mide metro setenta gana la apuesta.
En el reloj dan las doce, Cenicienta se va, se va dejando su venganza consumada y al resto del mundo con su hipocresía de cristal
 Han vendido la casa, las joyas y un valioso cuadro arrumbado en el desván, quedando a la madrastra y a sus hijas sin casa, sin joyas y con la boca abierta de para en par. Y Cenicienta y su amado han puesto rumbo a las Islas Felicidad.

Registrado en Safe Creative con el Código: 1506064271701

Comentarios

Entradas populares de este blog

Todo sobre Hansel y Gretel

Añadir leyenda   Cuando los celos obsesivos y enfermizos gobiernan sobre un amor devoto y ciego, no hay orden que equilibre al caos que se avecina. Y es aún peor cuando esos celos clavan sus garr as sobre dos almas puras e inocentes.       Pasó lo que nunca debió de pasar. Que aquella madrastra, cuyas entrañas no gozaban del fuego de la maternidad decidió cargarse de argumentos para deshacerse de esos niños que ella nunca parió. No soportaba sus risas, sus llantos, ni sus juegos y mucho menos que le disputaran el amor de su marido, un leñador apocado y sin carácter.      El machaconeo incesante sobre la falta de recursos para alimentarlos decidió resolverlo con la idea delirante del abandono. Y aunque la sangre le llamaba a proteger a su sangre, aquella mujer que no era suya, más bien él le pertenecía a ella en cuerpo y alma, ya había dictado sentencia e impuesto la pena sin juicio, ni defensa.       Decidi...

Descontando cuentos. La ratita presumida

  E rase que se era, pero al final no fue.    Una eterna pregunta se la hace un día y al otro también. ¿Por qué elegiría al gato y no al ratón?   Aquél maldito día la sedujo con su ronroneo prometiéndola noches de loca pasión. Ella-pobre incauta- encendida en ardiente deseo decidió liarse el lazo rojo a la cabeza y dar el sí quiero, para luego arrepentirse después.   Ella que presumía de belleza, ahora se bebe las calles vendiendo su cuerpo por cuatro monedas que derrocha aquel gato traidor.   Desde entonces, cada noche, tras maldecir su mala hora, inyecta a su pequeño cuerpo grandes dosis de alcohol para olvidar un momento esa mierda que impregna su vida y amortigüe la pena que la destroza en pedazos sin compasión. En la farola de la esquina, su dignidad se cambia de acera cada vez que la ve, ella herida en su orgullo se maldice a ratos, y luego vuelve a beber.  ¿Para qué quería...

Loco solitario

Solitario como alma errante en mitad de la noche, ve derramar las horas, los días y la vida, en aquel viejo reloj de arena. Bordeando apenas la locura, baila descalzo abrazado a su depresión. La tristeza es la eterna compañera de baile de aquel joven de cuerpo ingrávido, espectador a tiempo completo y eterno soñador. En su último acto ya no queda nadie, solo cuatro sillas vacías, las paredes llenas de recuerdos y unos rayos de sol deslucidos que atraviesan las rendijas de aquel polvoriento salón. Las estrellas ya no brillan en sus noches, se apagaron cuando ella se marchó dejando tras de sí la lluvia en sus ojos, y una tormenta de desesperación. ¡Danza, danza maldito! danza entre las flores raras de tu negra amargura, estrecha la cintura de tu pena por un amor desairado. Danza porque te olvidaste de vivir tu vida, viviendo del pasado y te rendiste sin condición. ¿Para qué quieres vivir infeliz? se pregunta en voz alta mientras mesa sus cabell...