Que la vida es una broma de mal gusto ya lo sabía desde el momento en
que se quedó viuda y al cargo de siete vidas. Siete ilusiones, siete bocas que
alimentar y siete razones para seguir luchando, aunque para ello tuviera que
trabajar como una cabrita día y noche para sacarlos adelante. Pero la vida, a veces, te vuelve a gastar otra
de sus bromas, y te envía a un lobo para que te amargue la existencia, hasta
que ya no puedes más y entonces explotas.
Ella siempre enseñó a sus pequeños a no fiarse
de nadie, a desconfiar de los desconocidos y de los conocidos aún más; porque
éstos también decepcionan y su traición duele aún más.
Y llegó ese día, y con el día llegó ese maldito lobo envuelto en un
traje de Armani. Con su maletín cargado de falsas ilusiones pavoneándose de
puerta en puerta.
Primero lo intenta con su ensayada pose de simpatía arrolladora, pero
tras la puerta la desconfianza se resiste.
Pero el lobo afila sus dientes, y lo intenta otra vez, ofreciendo
rebajas a un precio irresistible y la seguridad de aprender inglés en menos de
un mes. La duda se huele tras la puerta, pero una sutil y menuda voz de la
conciencia vuelve a poner al resto de cabritos en orden y se resisten otra vez.
Al lobo le tiemblan las ideas, ahora ofrece una suculenta rebaja en
todas las mensualidades, financiadas por el banco de los lamentos a un quince
por ciento de interés. Desgravable en Hacienda y, como complemento de la
oferta, un viaje a las Bahamas y un curso de tailandés.
La desconfianza se desploma y el mayor de los cabritos contrata su peor
pesadilla, y el pequeño le recrimina su estupidez de largo. Cuando se entere
mamá-le dice-seguro le da un infarto.
Y cuando aquella pobre desgraciada se entera, se arma la de S. Quintín.
Con la sangre hirviendo y la paciencia en ebullición se arma de escopeta y en la recámara carga todas las humillaciones, y las que no le caben se las esconde
entre los pliegues de la desesperación.
Harta de estar hecha una cabrona se
persona en la academia y luego en la sucursal de los lamentos. La directora,
una zorra-muy zorra-le informa que no hay nada que hacer. Y escopeta en mano,
la cabrita cabreada se planta ante el juez: señoría, haga justicia ante este
abuso, o juro que yo este asunto aquí mismo lo ajusto.
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