De mi mala estrella ya sabía yo antes de nacer.
Por eso me
negaba a venir a este mundo de locos,
pero lo hice,
asomé mi
mala estrella una madrugada de lluvia y relámpagos
en una casa
inundada de humedad.
Una infancia
llena de juegos e ilusiones
que a medida
que crecía
echaron a
correr
como el niño
que nos da paso
a la etapa
de la madurez.
No todo en
la vida son risas
también hay
lágrimas,
desilusión,
decepción
y alguna
victoria, por qué no.
Y cuando por
fin la fortuna
te dedica
una sonrisa zalamera,
esa
estrella-mala puñalá la den-
te vuelve
la suerte de espalda;
ya sea
financiando a plazos
un curso
fantasma
o
atracándote a mano armada la puta realidad.
Y otra vez a
levantarte y echar a andar.
A veces no
hay más mala suerte
que la gota
come el vaso
y te haga
estallar.
Ayer, sin ir
más lejos, intenté suicidarme,
me falló el
arma y la justificación.
Arreglé el
arma,
pero se me
fueron las ganas.
Y no sé si
también la fatalidad.
Un día de
mierda lo tiene cualquiera,
pero una
mala estrella es una mala amistad.
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