Ya no me dueles como antes. Ya no siento esa ansia por vadear los caminos de la incertidumbre. No siento el febril impulso de asomarme al abismo de la tristeza y dejarme caer, y caer. De flirtear con la guadaña de la parca, para abandonarme en sus brazos. En algún momento, nunca supe por qué un ángel se apiadó de mí y en mi caída libre me señaló una puerta. Mi curiosidad ganó la partida, y entonces abrí aquella puerta, y una luz de cordura me arrancó de los brazos del mundo de las sombras. Aún me sigues doliendo, tengo que admitirlo; pero no como antes. Mi corazón ya está encallecido y las heridas ya no me duelen. Me duele la ceguera que padecí, me duele aquella estúpida devoción hacia un cuerpo sin alma y sin remordimiento. Me duele mi ingenuidad, la lealtad sin condiciones que te profesé y que jamás me devolviste. Me duelen las horas que pasé esperando una simple muestra de cariño, y me duelen tus migajas; pero más me duele haber...